El viernes salimos G., L., mi hermana y yo con lo que parecían miles de maletas, bolsas y paquetes a pasar 4 días en la casa de campo de mis suegros. Fue un fin de semana de mucha bebida, mucha comida, mucha convivencia y muchas emociones encontradas, como siempre.
Es curioso como aún después de un año de haber llegado, me sigo enfrentando constantemente a procesos de adaptación que parecían superados y creo toparme con límites de tolerancia interiores que luego se sobrepasan con relativa facilidad.
A veces, en medio de las conversaciones familiares generalmente muy animadas, me siento ajena en medio de todos. Me retraigo y comienzo a pensar en otras cosas.Y luego, hay un gesto que puede pasar desapercibido -generalmente de mi suegra- que me hace ver que ya no soy considerada una visita, sino un miembro más del grupo. Sentir libertad para moverme por la casa como si fuera mía, tomar responsabilidad de ciertas tareas domésticas, tumbarme en el sofá a leer un rato y así casi sin darme cuenta entro cada vez más en el mundo de mi familia portuguesa.
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