Pues resulta que mi esposo y su ex fueron juntos a una sesión con un terapista para niños para ver si todo está bien con L. Dos buenas noticias:
1. L. es una niña perfectamente normal, muy querida y extremadamente inteligente.
2. Al final yo tenía razón, demasiado civismo también le afecta a los niños emocionalmente. Estas prácticas que son tan comunes aquí (y que me causaron tantos retortijones de hígado) como hacer cumpleaños conjuntos, cenas y encuentros con los ex "por el bien de ellos", aparentemente prolongan la ilusión que en casi todos los casos tienen los niños de que sus papás vuelvan a estar juntos.
Para mí, esto es muy importante. Porque significa un paso más para dejar de desgastarnos en este tema y para fortalecernos como la familia posmoderna que somos. Un paso más hacia adelante que deja todavía más atrás al pasado.
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