Ayer recibí una llamada inesperada. La ex de G. Aún más inesperado fue el motivo. Quería que interviniera para limar asperezas en su relación con mi marido, que en los últimos meses pasó de ser bastante cordial a casi inexistente, mucho por la agresividad impulsiva de ella. Debo de confesar que me sentí muy rara, pero también por primera vez me sentí reconocida. Siempre es más fácil ignorar mi existencia.
Creo que no hay peor cosa para una mujer que sentirse marginada en los intercambios entre su pareja y la ex mujer. Siempre tendemos a imaginar cosas, secretos, complicidades que tal vez sean inexistentes pero que nos persiguen. Nos sentimos atacadas, agredidas -yo en particular porque en momentos de crisis, ella no se detenía en proferir insultos en contra mía en las llamadas telefónicas con G- y nos defendemos de la mejor manera que podemos. Hace tiempo que yo tengo mis dientes y mis uñas bien afiladas, esperando el siguiente embate.
Por eso, sin siquiera pensarlo, ayer puse mis armas a un lado y sentí como pasamos a una etapa más madura de esta historia posmoderna.
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