Fuimos a cenar, preparados para hablar sin tapujos de las culpas y de las viejas heridas que fingimos olvidar hace tres años y que siguen vivas, causándonos daño después de tanto tiempo. Al final, hablarlo era la única alternativa que quedaba para comenzar a sanar y a perdonar. Decidimos hacerlo tratando de imaginar que se lo estábamos contando a un amigo para que fuese más fácil para los dos. Por primera vez, él habló durante mucho tiempo y no se limitó a contestar mis preguntas con monosílabos. Leyó un texto que había escrito para no olvidarse de nada. Después, yo dije todo lo que me había pasado por la cabeza durante tantos momentos de resentimiento, como me había dolido por sobre todas las cosas que me hubiese privado de la oportunidad de defenderme por no contarme la verdad. Como había querido lastimarlo de la misma forma para que me entendiera mejor y como ahora me importaba más que nada en este mundo que me apoyara y que me defendiera porque él es lo único que tengo aquí. Aún no puedo creer que haya pasado tanto tiempo para que llegase este momento. Los resultados ya se verán, pero si de algo estoy convencida es de que hoy, somos más fuertes.
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