Ver aprobación en la cara de mi "semi-hija" cuando prueba algo que yo cociné es un sentimiento muy similar a lo que imagino siente un jugador cuando gana un partido de fútbol.
Nunca he sido una gran cocinera -aunque me encanta experimentar-, pero siempre pensé que había dos o tres platillos que sabía hacer bien...hasta que, cuando empecé mi nueva vida de mujer de familia, me topé con la cara de asco de L. cuando probó una de mis (famosas) omelettes, seguida de súplicas a su padre pidiendole que sólo fuera él el que cocinara para ella. Me sentí miserable, insegura y con ganas de nunca volver a hacer ni un pan de mantequilla para la "niñita". Con el tiempo, las cosas han ido cambiando y aunque evidentemente no son platos gourmet, poco a poco he ido pasando los tests del pequeño chef Ramsey que tengo la mitad del tiempo en casa. Hay veces que incluso pide que sea yo y no su papá quien le prepare ciertas cosas. Debe ser una de las sensaciones más cercanas a marcar un gol a 100 metros de la portería.
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