Aquí en Portugal, la regla es que las parejas después de separarse mantienen una buena relación. Las excepciones en las que hay agresiones o simple y sencillamente un hombre y una mujer dejan de hablarse, llegan a hacer encabezados en las revistas sensacionalistas cuando se trata de personas conocidas.
Una amiga mía dice que esto se debe a lo chiquita que es la sociedad lusa y a la importancia que adquiere en estas circunstancias no quedar mal con nadie.
Pasmada e incrédula, observé como a un mes de la separación, la ex de mi marido quería ser su amiga en facebook y mi ex concuña era invitada a la celebración familiar de cumpleaños del abuelo.
Yo, que creo fervientemente en la importancia de vivir un periodo de luto después de una separación y en la salud mental que nos trae poner tierra de por medio con los ex, sigo entre asombrada y curiosa con esta modalidad.
Ayer por la noche, en un evento de trabajo me topé con un amigo y su esposa- de la cual está recientemente separado- platicando como cualquier par de amigos. El sin alianza, ella con alianza. Cuando me acerqué a saludar, simple y sencillamente no la reconocí. Una mujer que me parecía bonita y sonriente la primera vez que la ví, hoy está en los huesos, avejentada y con un rictus de amargura que, debo decir, no es poco común entre las mujeres de mi generación en este país.
Ese es el precio del civismo? Pues muchas gracias, pero no estoy dispuesta a pagarlo. Me quedo con el llanto, los gritos y el borrón y cuenta nueva de los que tenemos la sangre caliente.
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