L. pasa todos los años dos semanas en agosto con nosotros en vacaciones de verano. Como a mí me parece sano que papá e hija pasen tiempo solos, el trato es que una de esas semanas sea exclusiva para ellos y que G. reserve días libres también para nosotros dos.
Con el cambio de trabajo de G y aunque fuese previsible, nos cayó como bomba la noticia de que quedaban canceladas las vacaciones que habíamos planeado para este verano.
Le dí muchas vueltas al asunto, porque mi vocecita de la solidaridad de pareja me decía que me quedara con el marido. Pero la verdad es que en este caso, cualquier tiempo libre que él tenga será para pasarlo con su hija y yo, aunque no sobro, tampoco hago necesariamente falta en su dinámica bilateral. Por eso, para que quedarme aquí lamentándome? Acabo de comprar un boleto para reunirme con mi papá y mis hermanos en La Habana en dos semanas, en un viaje que ya estaba completamente descartado de mi mente.
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