Mi papá siempre fue un hombre duro, sólo el alcohol y acontecimientos muy fuertes dejaban asomar esporádicamente la enorme sensibilidad que se escondía en el fondo de su ser. Siempre prefirió la estrategia del ataque. Desenbainar la espada antes de ser tomado por sorpresa y se convirtió en un experto en esconder sus sentimientos que creo veía como una muestra de fragilidad.
Yo, que siempre lo adoré y que ví mi mundo derrumbarse el día que mi madre y yo regresamos a casa y lo encontramos con las maletas en la mano, me pasé la vida esforzándome al máximo para arrancarle "te quieros" y "me siento orgulloso". Ni siquiera el rencor que en su momento le tuve por sus mentiras, su incapacidad de diálogo y sus constantes infidelidades que destruyeron a mi mamá, pudieron contra el amor incondicional que siempre le tuve y que todavía le tengo.
Por todo el pasado que cargamos a cuestas, me deja boquiabierta ver hoy a esa roca tan vulnerable. Envejecido, sin fuerzas para instrumentar su famosa disciplina con mi media hermana de once años y echándose a llorar en el aeropuerto al despedirse. No cabe duda, papá se está poniendo viejo y yo me sigo sintiendo a su lado como una pequeña niña.
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