El puesto no hace a la gente. La gente, si es chiquita, se queda así independientemente de su cargo o peor aún, se vuelve todavía más insignificante porque saca a la luz su lado más oscuro.
Por cuestiones de trabajo, he tenido la oportunidad de conocer a personas de muy alto nivel, desde Presidentes, Primeros Ministros, Ministros de Estado y otros pesos pesados. Muchos de ellos, grandes caballeros/damas. Con mucha presencia, clase y educación. Llenando perfectamente los zapatos que tienen puestos.
Otros -los menos afortunadamente- mal educados y arrogantes. Hace unos días me topé con uno de ellos, uno de los distinguidos miembros del gabinete portugués y figura clave del gobierno de coalición. Con motivo de una conferencia, el señor saludó por orden a varios embajadores, pero cuando llegó a las únicas dos mujeres que estábamos en la fila, nos dió la espalda y se fue a sentar.
No sé que habrá querido probar. Tal vez es misógino. Tal vez consideró que no teníamos el nivel adecuado para que nos hiciera el honor de darnos la mano.
Y el señor, a quien sólo conocía de lejos, además de parecerme una de las personas más mal educadas que he conocido, me pareció taaaaan pero taaan chiquito. No cabe duda que la clase se tiene o no se tiene.
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