Dos semanas después de tirarse al suelo, jurar luchar por el amor perdido y de protagonizar algunos episodios parecidos con escenas de "atracción fatal", la ex de mi marido comenzó a salir con alguien. 6 meses después ya se había mudado con el susodicho. Un año más tarde ya se habían casado.
G. respiró de alivio. Yo, me quedé francamente espantada por la rapidez del cambio de actitud y lo vertiginosamente precipitado del proceso con el que había reconstruído su vida -amén de cosas que me parecieron medio enfermas como mudarse a una cuadra, llevarse la vajilla de bodas, los mismos muebles y hasta la misma línea de teléfono que había compartido con mi marido-. Desde mi punto de vista, una separación dolorosa tiene que estar acompañada de "closure", alias de un periodo de luto. De otra manera, las heridas que no sanaron, sino simplemente se ignoraron, saldrán a la luz en algún punto.
Por eso, mis antenas siempre han estado alerta a lo largo de estos tres años y por eso, no me sorprende del todo la necesidad de la ex de contactar siempre de alguna manera a mi esposo, incluso cuando está fuera de lugar y no tiene nada que ver con la hija que tienen en común. Hace unos meses fue a través de una solicitud de amistad para Facebook, esta semana fue para Linkedin.
G. se queda confuso ante estos intentos a los que, por las circunstancias, no le interesa responder. Y yo, sigo en alerta roja, preguntándome que diablos estará pasando por su mente y en que momento va a tener un ataque psicótico.
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